Historias de la Biblia hebrea
ELISEO Y EL ARCO; JONÁS Y NÍNEVE

Historia 90 – 2 Reyes 13:1-25; Jonás 1:1-4:11
Después de Jehú, su hijo Joacaz reinaba en Israel. Joacaz hizo lo que ofende al Señor. Bajo su reinado, Israel se hizo débil y cayó bajo el poder de Jazael, rey de Siria, y de su hijo Ben Adad. Cuando Joacaz murió, su hijo Joás lo sucedió al trono, y bajo su reino, Israel empezó a tomar fuerza nuevamente.

El profeta Eliseo ya era anciano a punto de morir, y Joás fue a verlo. Echándose sobre él, lloró y exclamó: “¡Padre mío padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!” Y aunque su cuerpo estaba débil, su alma estaba fuerte. Le dijo a Joás que le consiguiera un arco y varias flechas y que abriera la ventana que daba hacia el oriente en Siria. Luego Eliseo le puso el arco en las manos de Joás, y cuando el rey empuñó el arco, Eliseo le ordenó que lo disparara, y le dijo: “¡Flecha victoriosa del Señor! ¡Flecha victoriosa contra Siria! ¡Tú vas a derrotar a los sirios en Afec hasta acabar con ellos!”. Eliseo le dijo que golpeara el suelo con las flechas. El rey así lo hizo tres veces y se detuvo, ante eso el hombre de Dios se enojó y le dijo: “Debiste haber golpeado el suelo cinco o seis veces; entonces habrías derrotado a los sirios hasta acabar con ellos. Pero ahora los derrotarás sólo tres veces.

Después de esto, Eliseo murió y fue sepultado en una cueva. Al siguiente año en la primavera, vinieron bandas de guerrilleros moabitas a invadir el país. En cierta ocasión, unos israelitas iban a enterrar a un muerto, pero de pronto vieron a esas bandas y echaron el cadáver en la misma cueva de Eliseo. Cuando el cadáver tocó los huesos de Eliseo, ¡el hombre recobró la vida y se puso de pie! Hasta de muerto, Eliseo tenía poder.

Después de la muerte de Eliseo, Joás rey de Israel le hizo guerra a Ben Adad II, rey de Siria. Joás lo derrotó en tres ocasiones de  modo que pudo recuperar las ciudades de Israel que su padre Joacaz le había arrebatado a Israel. Y Después de Joás, su hijo Jeroboán II tomó el trono. Se convirtió en el rey más grandioso de las diez tribus; bajo su dominio, Israel creció en riquezas y poder. Conquistó casi toda Siria e hizo Samaria la ciudad más importante de todas las regiones. Sin embargo, con la caída de Siria, otra nación estaba surgiendo con poder, Asiria, la cual estaba en el lado este del río Tigris y su capital era la gran ciudad de Nínive. Era tan grande que para caminar alrededor de su muralla, se llevaban tres días. Los sirios estaban conquistando todas las regiones cerca de ellos, así que Israel estaba en peligro de caer bajo su control. En ese entonces, el Señor les había mandado un mensaje a los israelitas por medio de un profeta llamado Jonás.

El Señor vino a Jonás y le dijo: “Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia”. Pero Jonás no quería predicar a la gente de Nínive porque eran enemigos de Israel. Quería que Nínive muriera y que no se volvieran a Dios. Así que Jonás se fue en dirección opuesta de la que Dios le había dicho que fuera. Bajó a Jope, a la orilla del Mediterráneo; allí encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis, hacia el oeste. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo del Señor. Pero el Señor lo vio en el barco, y mandó una tormenta tan intensa que el barco amenazaba con hacerse pedazos. Los marineros, aterrados a fin de aliviar la situación, comenzaron a clamar cada uno a su dios y a lanzar al mar lo que había en el barco. Jonás, en cambio, que había bajado al fondo de la nave para acostarse, ahora dormía profundamente. El capitán del barco se le acercó y le dijo: “¿Cómo puedes estar durmiendo? ¡Levántate y clama a tu dios! Quizá se fije en nosotros, y no perezcamos”. Pero la furia del mar continuó, y dijeron: “¡Vamos, echemos suertes para ver quién tiene la culpa de que nos haya venido este desastre!”

Entonces Jonás les dijo que era de la tierra de Israel y que estaba huyendo de la presencia del Señor. Y ellos le preguntaron: “¿Qué haremos para que pare la tormenta?” Jonás les dijo: “Tómenme y láncenme al mar, y el mar dejará de azotarlos. Yo sé bien que por mi culpa se ha desatado sobre ustedes esta terrible tormenta”. Sin embargo, en un intento por regresar a tierra firme, los marineros se pusieron a remar con todas sus fuerzas, pero no podían. Entonces clamaron al Señor: “Oh Señor, tú haces lo que quieres. No nos castigues por quitarle la vida a este hombre, ni nos hagas responsables de la muerte de un inocente”. Así que tomaron a Jonás y lo lanzaron al agua, y la furia del mar se calmó. Al ver esto, sintieron un profundo temor al Señor, a quien le ofrecieron un sacrificio y prometieron servirle.

Mientras tanto, el Señor mandó un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches dentro de su estómago. Años después, cuando Jesucristo estaba en la tierra, dijo que de la misma manera que Jonás había estado adentro del pez, de la misma manera él estaría tres días en la tierra. Así que Jonás y el pez, fue como una profecía para Jesucristo.

Cuando Jonás estaba dentro del pez, le clamó al Señor, y el Señor escuchó su oración, y dio una orden y el pez lo vomitó en tierra firme. Jonás ya sabía que los que adoraban a ídolos, en el fondo tenían buen corazón y Dios los amaba. Esta era la lección que Dios quería enseñarle a Jonás. Y Dios llamó a Jonás por segunda vez: “Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclámale el mensaje que te voy a dar”. Jonás se fue hacia Nínive, y desde que entró le proclamó a la gente: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” Y se fue recorriendo la ciudad mientras gritaba: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” Los ninivitas creyeron la palabra del Señor que Jonás dio, y se volvieron de su pecado; ayunaron y desde el mayor hasta el menor, se vistieron de luto en señal de arrepentimiento. Cuando el rey de Nínive se enteró del mensaje, se levantó de su trono, se quitó su manto real, hizo duelo y se cubrió de ceniza. Luego mandó que todo el pueblo ayunara y que buscara a Dios con todas sus fuerzas para arrepentirse de sus pecados.

Al ver Dios  que la gente se había convertido de su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción de la ciudad. Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse; pues no quería que los enemigos de su tierra fueran perdonados. Y a la vez temía que no lo tomaran en serio como profeta, ya que lo que les advirtió, no ocurrió. Jonás le dijo al Señor: “¡Oh Señor! Yo sabía que esto iba a ocurrir así, que tú les perdonarías la vida, por eso es que yo quería huir lejos. Pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo!”

Jonás salió y acampó al este de la ciudad. Allí hizo una enramada y se sentó bajo su sombra para ver qué iba a suceder con la cuidad. Para aliviarlo de su malestar, Dios le puso una planta, la cual creció hasta cubrirle a Jonás la cabeza con su sombra. Jonás se alegró muchísimo por la planta; pero al amanecer, un gusano destruyó la planta; al siguiente día vino un viento oriental abrasador. El sol hería a Jonás en la cabeza, y nuevamente, Jonás estaba con deseos de morirse. Y el Señor le dijo a Jonás: “Tú te compadeces de una planta que, sin ningún esfuerzo de tu parte, creció en una noche y en otra pereció. Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de cien mil personas con niños que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme?”

Jonás aprendió que Dios ama a todas las personas sean niños o adultos, aunque no lo conozcan. En la mayoría de los libros de la Biblia hebrea, leemos cómo Dios se preocupa por los israelitas. Sin embargo, no hay muchos ejemplos en la Biblia hebrea de que Dios es el Padre de todo hombre de cada nación. El libro de Jonás casi se singulariza en la Biblia hebrea, demostrando que Dios se interesa por gentes de otra raza, no solamente de Israel. Aunque la gente de Nínive, adoraba imágenes, Dios los amaba y estaba dispuesto a escuchar su ruego y salvarlos. El libro de Jonás nos deja ver cómo Dios es nuestro Padre Celestial.